Thorstein Veblen: Azote de las élites

“El consumo ostentoso de bienes valiosos es un medio de reputación para el caballero del ocio”

Cuando cursé la materia de Historia del Pensamiento Económico en la universidad, uno de los economistas que más me llamaron la atención fue Thorstein Veblen. Nacido en 1857 en Cato, Wisconsin, fue fundador, junto con John R. Commons, de la escuela institucionalista norteamericana y de la corriente institucionalista en las ciencias sociales. Falleció en 1929 en Menlo Park, California.

Thorstein Veblen

Su obra más conocida se titula “La teoría de la clase ociosa”, sin duda es un libro difícil de evaluar, ya que Veblen acierta y se equivoca simultáneamente. Sin embargo, maneja diversos conceptos que ahora, en esta Edad Dorada, en un mundo de asombrosa desigualdad, créanme, ayuda leerlo de nuevo.

Si Veblen viviera en este mundo, en el que el 1% de la población concentra casi el 50% de la riqueza mundial, se haría varias preguntas. ¿Cómo fue que se desarrolló una clase señorial tan conspicua? ¿Para qué sirvió? ¿Qué hicieron realmente los miembros de la clase ociosa con su tiempo y dinero? ¿Y por qué tantas clases bajas, despiadadamente explotadas en exceso y mal pagadas, toleraron un acuerdo social tan peculiar y desequilibrado en el que ellos eran claramente los perdedores?

El concepto central de “La teoría de la clase ociosa” es el consumo ostentoso: el gasto de dinero en bienes y servicios inútiles para mejorar la propia posición social. Veblen le dio a este concepto un nombre y quizás su exposición más clásica; sin embargo, la idea ya existía desde hacía mucho tiempo. Podemos ver ejemplos de esta expresión en obras como la comedia-ballet “Le Bourgeois gentilhomme” de Moliere, que presenta a un hombre de negocios vulgar que intenta alcanzar los atributos culturales de la clase ociosa hereditaria (baile, esgrima, música, filosofía) y fracasa, por supuesto, ya que había pasado la mayor parte de su vida trabajando.

Muchos se refieren a Veblen como el pensador estadounidense más importante del que la mayoría de los estadounidenses nunca ha oído hablar. El innovador trabajo de Veblen sobre los misterios de la desigualdad le valió la admiración de sus pares académicos, mientras que sus sarcásticas observaciones sobre el “consumo ostentoso” y los hábitos “depredadores” de los ricos le granjearon audiencia. La vida épica de Veblen terminó en desesperación (una nota final instaba a que nunca se le rindiera ningún relato biográfico o tributo intelectual) y, sin embargo, mucho después de su fallecimiento, escritores como John Dos Passos, Carson McCullers y John Kenneth Galbraith se negaron persistentemente a cumplir su último deseo.

Veblen escribió durante la Edad Dorada, la era de las familias Vanderbilts, Morgan y Goulds, por lo que tenía muchos ejemplos de exhibición ostentosa para elegir y documentar sus ideas. Las mejores partes de este libro se leen como una sencilla sátira sobre el gusto degradado de los superricos. Veblen se limita a estudiar ciertas facetas de la vida de ocio, como la práctica de deportes (caza, carreras de caballos, fútbol), señalando que estas actividades costosas y que consumen mucho tiempo, a menudo se justifican como formas de inculcar cualidades morales positivas, aunque podría decirse que sólo promueven la astucia y la crueldad (dos rasgos que Veblen considera característicos de la clase ociosa).

La moda recibe un tratamiento más amplio, por supuesto, siendo el ejemplo más obvio de consumo ostentoso: prendas caras y delicadas, de dudoso mérito estético, diseñadas para hacer manifiestamente imposible realizar cualquier tipo de trabajo. La persona que las usa evidentemente no puede trabajar. Veblen también se centra en el ocio vicario: cómo se muestra la riqueza, no sólo permitiendo que el hombre rico evite el trabajo, sino también permitiendo que su esposa e incluso sus sirvientes estén inactivos (de ahí los elaborados y poco prácticos trajes de los lacayos). Veblen extiende su análisis a la iglesia, viendo a los sacerdotes con sus vestimentas como los siervos de Dios con uniforme, que deben permanecer notoriamente inactivos para transmitir adecuadamente la magnificencia de Dios.

Veblen llegó a creer que el verdadero significado del “éxito pecuniario” no era su poder adquisitivo sino el rango social que confería. Para que la riqueza sirviera a este propósito jerárquico último, tenía que exhibirse con diligencia. Y la más prestigiosa de todas las señales sociales era la ociosidad. La señal más segura de “buena educación”, escribió en “La teoría de la clase ociosa”, fue la realización de “una sustancial y patente pérdida de tiempo”. Después de todo, sólo los trabajadores tenían que trabajar.

Según Veblen, se desarrollaron industrias enteras que permitieron a los ricos hacer alarde de su superioridad social comprando frivolidades y no haciendo mucho en absoluto, una compulsión que devora la estructura de la vida cotidiana.

“Bajo la exigencia del consumo ostentoso de bienes, el aparato de vida se ha vuelto tan complicado y engorroso, en forma de viviendas, muebles, baratijas, vestuario y comidas, que los consumidores de estas cosas no pueden seguirles el paso de la manera requerida sin ayuda”, escribió Veblen. Es decir, los ricos contratan sirvientes de manera que les ayudaran a tener tiempo libre para poder perder el tiempo.

Las clases bajas, emulando a sus superiores, se dedicaron a hábitos similares con los fondos que pudieron reunir. La energía productiva de la sociedad que podría haberse destinado a nuevas medicinas o mejores técnicas agrícolas se dirigió, en cambio, a la fabricación de estatus sociales inútiles.

No hace falta hurgar mucho para ver ejemplos de consumo ostentoso en casi todas partes. Los céspedes son populares precisamente porque son caros y difíciles de mantener. Los restaurantes de lujo utilizan ingredientes exóticos y preparaciones rococó; ¿Pero la comida sabe mejor? El amor romántico se comunica con joyas costosas, y el ritual del matrimonio también debe estar revestido de gastos. El propio cuerpo humano se ajusta a esta tendencia a exhibirse. Mientras que en el pasado era deseable estar gordo, ya que esto demostraba la capacidad de permitirse el lujo de comer, hoy en día nos gusta estar delgados, ya que ahora la comida chatarra es barata y el tiempo para hacer ejercicio es un lujo.

De hecho, se podría decir que hoy en día el ocio ostentoso se ha convertido en un notorio antiocio. Los jóvenes empresarios se enorgullecen de trabajar muchas horas, usar ropa minimalista y comer superalimentos artificiales que aportan nutrientes sin placer. Ahora que la mayoría de las cosas que Veblen satirizó están ampliamente disponibles, la única opción es despreciarlas.

Cualquiera que haya leído “La teoría de la clase ociosa”, debe admitir que el relato de Veblen es a ratos entretenido y tiene mucho de cierto. Pero al mismo tiempo, como teoría general de la economía y la sociedad, es extremadamente limitada. Por un lado, la teoría no siempre se confirma en la práctica y tenemos el caso de John D. Rockefeller, posiblemente el hombre más rico de la historia. Él sentía un desdén puritano por la moda, el arte y las mansiones llamativas. O bien, ahí están los casos similares de Warren Buffet o Amancio Ortega. En términos más generales, el relato de Veblen está cargado de una evaluación moral que es difícil de aceptar por parte de muchos, pero desde luego que sigue aplicando a otros tantos que buscan el consumo ostentoso como signo de reconocimiento social.

Aunque Veblen profesa ser un observador neutral de la vida económica, está claro que considera que el estilo de vida de las clases altas es frívolo y derrochador. A primera vista esto puede parecer justificable, hasta que uno se da cuenta de que Veblen considera que prácticamente todo lo que va más allá del trabajo industrial es un desperdicio. Veblen incluso considera que la lectura de autores clásicos es una mera trampa para la clase alta (un ejercicio flagrantemente inútil), lo cual es especialmente irónico, ya que el propio trabajo de Veblen hoy en día se considera clásico y se lee por esa razón. Entonces bajo este criterio de Veblen, pues prácticamente todo lo que se disfruta en la vida, incluso leer el trabajo de Veblen, cae dentro de la definición económica de “desperdicio” de Veblen y, por lo tanto, se clasificaría como consumo ostentoso.

Considerando esto, el desafío sería de alguna manera separar el gusto “legítimo” de aquellos que son degradados por la influencia de una riqueza ostentosa. Esto es bastante fácil en casos extremos. ¿A cuántas personas conoces que se despiertan todos los días con el objetivo de que la gente vea cual ricos son?

La línea dura de Veblen entre lo económicamente útil y lo derrochador se refleja en su tajante línea divisoria entre la clase trabajadora y la clase pecuniaria. Los primeros son los trabajadores productivos, los segundos son los llamativos gerentes, hombres de negocios, comerciantes y capitanes de la industria que explotan a estos trabajadores para mantener una vida de lujo. Pero esta dicotomía también es difícil de justificar. Si bien gran parte del “trabajo” realizado por esta clase alta puede considerarse legítimamente inútil y explotador, parece difícil aceptar que toda actividad administrativa y financiera sea socialmente inútil. Además, como se ha señalado a menudo, el análisis de Veblen presupone que hay una cantidad finita de recursos que dividir. No tiene en cuenta el crecimiento de la economía (que es estimulado por el consumo, sea “derrochador” o no).

Además de la “La teoría de la clase ociosa”, aparecieron nuevos libros de Veblen, algunos de ellos significativos, en particular “The Engineers and the Price System” (1921) y “Absentee Ownership” (1923). Sin embargo, de acuerdo con sus críticos, todos carecían de disciplina y ninguno recibió la fanfarria que había recibido los primeros escritos de Veblen. Murió, a los 72 años, en 1929, amargado tanto por la academia como por su propio trabajo.

Pero sus ideas cobraron una segunda vida durante la Gran Depresión de 1929 cuando la desigualdad volvió a dominar la atención pública. El advenimiento teórico de los mercados racionales en la década de 1970 lo arrastró nuevamente al olvido, pero 16 años después de la crisis financiera de 2008, y en un mundo en el que muchos tienen comportamientos por demás frívolos, ya deberíamos haber hecho una síntesis ambiciosa del ser humano y sus ideas.

Alejandro Gómez Tamez*

Director General GAEAP*

alejandro@gaeap.com

En X: @alejandrogomezt

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